GALPON C & A: GALLOS DE PELEA - GALLOS DE COMBATE
  Cronica sobre el Gallo Navajero Peruano I
 
A GOLPE DE NAVAJA I
REVISTA ORGULLO DEL PERÚ
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Crónica sobre el Gallo Navajero Peruano, una raza que congrega a miles de devotos alrededor de la centenaria afición de ver quién mata y quién muere en buena lid.
Texto: Martín Higa
Fotos: Arturo Casalino

Los apostadores, los vendedores de cervezas, los preparadores desde sus posiciones en las graderías más altas, todo el público se detiene al unísono cuando los dos gallos comienzan a medirse sigilosamente, mirándose de costado, dando pasos muy lentos en círculo, moviendo sus cuerpos al ritmo de tics nerviosos sobre la cancha de arena.

Gallos navajeros en el ruedo

Nadie dice alguna impertinencia ni aplaude ni tose: es la puesta en práctica de la “tensa calma”, aquella expresión que ilustra los momentos previos de una batalla.


Uno de los gallos comienza a estirar el pescuezo, a inflar la pechuga, levanta sus plumas y las convierte en melena. Se hace robusto, imponente, duplica su virilidad. Es la señal. Un segundo después, se desata el torbellino. Los gallos se amarran, cambian de posición, vuelan encima del otro y trozan con sus navajas todo lo que esté a su paso: plumas, huesos, músculos. La gente grita, arenga. Los criadores patean, se jalan la piel, no pueden mirar, pero lo deben hacer. Los corredores de apuestas intentan ver más allá de lo evidente, de percibir el resultado entre las mallas de metal que separan las tribunas. A los careadores, desde sus esquinas, se les rebalsa el corazón, sienten cada corte como si fuera una afrenta personal y esperan la arremetida del desquite.El juez, sentado al pie del combate, es el único en calma.

La arena se entinta de sangre y el acero afilado, amarrado siempre a la pata izquierda, destella con la luz de fluorescentes.

Dos movimientos o un solo descuido son suficientes para asegurar el triunfo o acelerar la derrota. Las crestas se parten. El final se convierte en evidente. El gallo moribundo, quebrado, avanza con espasmos, entierra el pico. La mitad de la gente salta eufórica, abre los brazos, mira al cielo y encomienda al ganador. La otra mitad, de pie, chasquea la lengua, gruñe contra el piso y ve la estela de gotas que deja el cuerpo del perdedor cuando lo sacan cabeza abajo, cogido por la patas. Así es una noche típica “de navajas” en el Perú.

Una tradición de siglos que, en buena cuenta, resume de manera fatalista cómo vemos los peruanos el devenir de las cosas a través de los extremos rotundos de la vida y la muerte. Ganar o perder, matar o morir, pero siempre con gallardía, con clase, sin retroceder, sin ventajas para nadie.

La televisión, el fútbol, pero sobre todo la urbanización de la población –o mejor dicho, la desrruralización de las actividades sociales y económicas– restó protagonismo a las peleas de gallos, aunque la afición nunca ha dejado de crecer y sigue atrayendo a un número masivo de asistentes y habitúes. Al igual que los toros, el yawar fiesta y el Caballo Peruano de Paso, es difícil entender la idiosincrasia de esta nación sin considerar la crianza del Gallo Navajero Peruano, nombre oficial que recibe la raza.

Fiesta popular
Los orígenes se deben remontar necesariamente a la conquista española, cuando se introdujo, entre otras muchas especies animales, al gallo, que no existía en las Américas. Como todas nuestras costumbres, la de criar gallos para peleas de pico, y luego de navaja, se mestizó y fusionó, y hoy es una muestra de la algarabía popular.

No hay celebración provincial que no haya gozado con un par de gallos amalgamados en desafío y, para ser precisos, es en los valles del Sur y el Norte Chico, a pocas horas de Lima, donde la gallística alcanza su máxima expresión. Lo cierto es que hasta muy entrado el siglo XX las peleas de gallos eran sinónimo de mafias, de trifulcas barriobajeras, broncas entre apostadores y arreglos por debajo de la mesa.

gallos

No había pelea de gallos que no continuara después entre el público. “Yo comencé criando gallos de muy niño, hace más de cincuenta años, pero a mi padre nunca le gustó. Ya después, cuando me acompañó a Camacho, allí sí entendió que la cosas habían cambiado y se había convertido en algo decente”, relata don Belisario de las Casas, connotado gallero y quizás el peruano vivo que más peleas ha visto.

Camacho se llamaba la hacienda ubicada exactamente donde hoy atiende un conocido supermercado en la zona del mismo nombre. A mediados de los 50, un grupo de agricultores, sabedores de que la palabra gallo estaba emparentado con desprestigio, asumen la gestión del cambio. Los emblemáticos Mariano Ramos, Carlos Gonzales Byrne, Tito Carozzi, Carlos Parodi, Juan Vizquerra y el propio De las Casas patentan el estilo Camacho, que destierra la violencia y el chanchullo de las canchas y hasta impone una estética: se comienza a exigir, en otros círculos galleros, que se comporten “como en Camacho”, tanto criadores como espectadores. Así, la Asociación Nacional de Criadores de Gallos de Pelea a Navaja del Perú consigue erigir un hito.

 
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